Indignados: Somos los de abajo. Vamos por los de arriba

Indira Kempis

Tenemos menos de 30 años. Somos la generación que ha conocido los efectos de las dos migraciones: la del campo a la ciudad y las de la ciudad a otros países. Nos ha tocado usar inventos ingeniosos como una laptop, de hecho podría decirse que no concebimos el mundo sin Internet.

Vivimos con el discurso de que la educación es importante, probablemente esa sea una de las razones por las que hemos escalado un poco más en los grados escolares que nuestros padres. Nos vendieron que la fórmula para lograr el éxito, no es más que el número de ceros en el cheque, además del coche, la casa, el perro y un retrato familiar.

En México, a pesar de que vivimos en un país donde existen más de 40 millones de pobres, contamos entre las filas de los habitantes a uno de los hombres más ricos del mundo. En más de una ocasión he escuchado decir que esto en lugar de despertarnos preguntas sobre la desigualdad, debería causarnos orgullo porque esos ricos de apellidos que salen en las revistas del corazón son las personas a las que deberíamos seguir el paso.

La vida podía parecer tan fácil. Pero conforme crecimos, nos dimos cuenta que habíamos nacido en la crisis, que estudiar nos costó más que sólo desearlo, que para conseguir un buen empleo debías estar exageradamente calificado, pero que si lo estabas no podías ganar más que lo suficiente. En España, por ejemplo, el desempleo y las bajas remuneraciones generaron a la generación de los mil euros, es decir, la que no gana más que eso sin contar el seguro social. Llegando a este punto, de la casa, el auto, el retrato y el perro, mejor no hablamos.

A la par, otros jóvenes inventaron redes virtuales para socializar. Ellos, Jack Dorsey y Mark Zuckerberg, se hicieron millonarios. Nosotros, los consumidores, encontramos un espacio para interactuar. Por supuesto que usted y yo somos privilegiados, considerando que en México cuenta con cerca de 30.8 millones de usuarios que tienen acceso a Internet, lo que representa el 30 por ciento de la población, aproximadamente, de acuerdo a la Asociación Mexicana de Internet  (AMIPCI). Al menos  65.65% de ellos con una cuenta en Facebook, mientras que 2 millones 480 mil son usuarios activos en Twitter, según un estudio realizado por la empresa Mente Digital.

Los hábitos de rapidez e inmediatez instalados en nuestra cultura posmoderna, reflejados en los comportamientos que adoptan los usuarios en las redes sociales virtuales han permeado en la concepción que la sociedad tiene sobre sí misma. Sigmunt Bauman afirma en su libro Tiempos Líquidos que esta sociedad cambiante “se ve y se trata como una red, en vez de como una estructura (menos aún como una “totalidad solida”): Se percibe y se trata como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un número esencialmente infinito de permutaciones posibles”.

Esas conexiones permitieron enterarnos a los usuarios de las redes sociales virtuales de una noticia que empezaría con la Primavera Árabe, seguiría con Acampada Sol y nos dejaría en Occupy Street: El suicidio público en Túnez de Mohamed Bouazazi, un profesional desempleado y reconvertido en vendedor ambulante para alimentar a su familia. La policía le quitó sus productos porque no estaba habilitado y el joven, en protesta, se prendió fuego.

#Occupy

La oleada de esa primavera árabe se propagó velozmente, alcanzando las plazas en Argelia, Marruecos, Yemen, Siria, Oman, Jordania y Barhein. Las voces de las protestas indicaban las quejas ante familias monárquicas, dueñas del poder, ¿por qué habría que dejar la vida social en manos de unos cuántos? Todas las movilizaciones, a partir de este momento, empezarían con reclamos económicos-sociales. Exigir el final de autoritarismos y la apertura política para desmonopolizar la toma de decisiones.

Es importante mencionar que el caso de Mohamed se repitió con Ahmad Hashem, de 25 años, quien estaba desesperado por no conseguir trabajo y terminó quemándose en el tejado de un edificio de Alejandría. Los dos móviles de la Primavera Árabe son similares.

La furia justificada inundó las redes sociales virtuales. La franja tan distante entre los ricos y los pobres, la carencia de oportunidades, la desigualdad comenzaron a ser cuestionamientos directos sobre los sistemas económicos entre algunos de los usuarios de la red.

Estos reclamos llegaron a la Puerta del Sol. En Twitter,  se puede seguir el movimiento con el hashtag  (búsqueda) #15M. 150 plazas públicas de España se llenaron de jóvenes que se quedaron a acampar. A esta movilización nacional se adicionan quejas sobre los derechos laborales, las pensiones, la reducción de salarios, la falta de empleo, los presupuestos escasos para la educación y salud pública como la privatización de los programas gubernamentales.

#DemocraciaRealYA también sigue resonando en las plazas españolas. Es mediante el sitio Tomalaplaza.net, el que sirve en fuente de información fidedigna para la organización social, como se genera la organización. Los medios de comunicación tradicionales toman información de los blogs y microblogs y con eso dan eco a las demandas.

Sin embargo, no es casualidad que este movimiento se esté creciendo. Por una parte, estos emergentes espacios públicos permiten la liberalización de las voces populares. Pero, las condiciones socioeconómicas mundiales regalaron las argumentaciones perfectas para detonar la indignación. La académica Nuria Cunill reconoce que esas demandas que se gestan en la sociedad ya no sólo se consideran de autorganización política, sino social, lo que implica que “la esfera pública resulta en este caso movilizada hacia la conquista de poderes sociales y, específicamente, hacia la reivindicación de espacios autónomos en torno a la configuración de la vida social”.

Ésta configuración de la vida social, como la denomina la investigadora, tiene que ver con la apropiación de los espacios públicos que permiten que las voces diversas permeen al poder público o como afirmaría Habermas los sujetos se persuadan mutuamente. Una demostración de que la sociedad necesita incidir en la agenda pública y en la toma de decisiones, mediante la vía pacífica, sobre lo que considera necesario para sí misma. Esa es la #spanishrevolution: congregaciones de jóvenes en diferentes puntos de las ciudades para debatir sobre los derechos básicos (que no tradicionales) a la cultura, la educación, la participación, la felicidad.

El tercer momento más importante del movimiento global se inició justo en lo que se considera el símbolo del capitalismo mundial. En los patios de Wall Street, con el movimiento #OccupyWallStreet (OWS), aquí fue cuando el nombre “Indignados” adquirió mayor fuerza. Lo que comenzó un grupo de jóvenes pequeño de clase media, universitarios, se convirtió en uno de los movimientos más emblemáticos para la historia de ese país. Incorporando a los banqueros y a las empresas como móviles de la construcción de un capitalismo sin visión social.

La exclusión, también como bandera, condujo a argumentaciones sobre cómo es que a partir de estas políticas sólo se benefician quienes permanecen en vínculos en una misma élite financiera, dejando a un lado los intereses del resto. De ahí se originó otro microgrupo: el 99, es decir, los desempleados, los indígenas, los pobres, los afrodescendientes, las minorías.

¿Quiénes son los indignados? Es una pregunta a la que se les ha adjudicado las explicaciones anteriores, nombre tomado de un libro cuyo título en francés Indignez-vous! de Stephane Hessel, un sobreviviente francés de los campos de concentración nazi, de actualmente 93 años, que ha trabajado en denuncias públicas ante los genocidios de la humanidad y en resistencia a la violencia. Para él, la vida se tiene que usar con compromiso. Las razones para indignarse tienen que ver con las condiciones socioeconómicas que no permiten la libertad, la seguridad, la justicia social, la equidad y los derechos humanos. Eso sería más que suficiente para la indignación, sobre todo apelando a la juventud como actores decisivos para conservar y avanzar hacia esos valores.

Estas generaciones de jóvenes son los que están haciendo visible la voracidad de quienes han ostentado el poder económico en todo el mundo. No se consideran políticos y, sin embargo, utilizan los espacios públicos y virtuales para hacer política, la que podríamos llamar “la política del descontento”. También, el liderazgo no se asume desde unas cuantas voces, sino en una multitud multiplicadora de voces, de tal manera, que el liderazgo es compartido y, al mismo tiempo, colectivo. Se nota esto desde su lenguaje plural: somos, nosotros, estamos, queremos, deseamos, pensamos.

En México, casi a la par, se comenzaron a tener en distintas ciudades “acampadas” y tomas de plazas públicas. La organización social se gestó de la misma forma: el uso de redes sociales virtuales como herramienta para enlazar las conexiones (mas no relaciones) entre los participantes. De surgió, por ejemplo, @acampadamty y @tomalacallemx

En un foro abierto, dentro de la cuenta de Facebook que utilizo, planteé una pregunta para conocer algunos de los motivos que, dentro de mis contactos, se tendría para entender esa indignación, aquí sus respuestas:

  • Rodolfo Garza: ¿Indignado? ¡Desde luego! Indignado porque tenemos el gobierno que no merecemos, indignado porque la reina Economía tiene apellidos de alcurnia, indignado porque la calle es camino minado, indignado porque las letras se encuentran sitiadas, indignado por el hambre, por el miedo, por el futuro de rostro turbio. Indignado más aún, por nuestra juventud apática.
  • Jorge Arturo Castillo: Porque atentan contra mis derechos de vivir una vida justa y equitativa, de vivir una vida tranquila y en paz, porque atentan contra mi derecho al libre tránsito, a acceder a información veraz, a saber la verdad.
  • Juan Alberto Hernández Arreola: Indignado del cinismo de los políticos y funcionarios públicos. De que el país, estado y ciudad estén tan mal como nunca antes y todavía tengan el cinismo de hacerse publicidad con nuestros recursos.  
  • Nadia L. Orozco: La dignidad se refiere al merecimiento de algo. Se trata del respeto mínimo que merece todo ser humano por el hecho de serlo, y que da lugar y sustento a los derechos básicos a la libertad, la propiedad privada, la igualdad y a la seguridad jurídica. Sí me considero indignada, porque ese respeto mínimo parece que no existe, ni en las instituciones y tampoco en las relaciones sociales con otros fuera de la familia (y a veces ni en ella).  
  • Edmundo Nery: entiendo como enfado o molestia, algo indigno de merecer todo lo que acontece día a día en México. Impotencia de no poder contra el enorme poder que nos domina, el económico, la corrupción, los políticos, los traidores de los ciudadanos, empresarios.
  • Alejandro Gamaliel: Me siento indignado por ser tratado como ganado, como un instrumento de un sistema explotador de sueños y nuestra libertad intrínseca. Por haber sido bombardeado con mentiras en las noticias, en los libros de historia, en la religión.
    Me siento ofendido por haber nacido esclavo y endeudado, que la sociedad me haya querido doctrinar bajo la idea que el desarrollo económico es mi desarrollo como persona.
  • Patricia Negrete: Me siento indignada por vivir en un país tan bello, tan lleno de recursos y riqueza y que haya tanta gente viviendo en pobreza por la avaricia de unos cuantos que se han apoderado de todo y no lo sueltan.

“Indignada, ¡lo que le sigue!”, afirma Gabriela Patricia. Son cada vez más personas las que se suman a esta indignación global. Las peticiones y demandas son similares tanto como las represiones. Al momento, en que escribo  este artículo se está denunciando, vía Twitter, la tensión de presiones en la Plaza Tahir de Egipto tras 3 noches de manifestaciones y  a una semana de las primeras elecciones legislativas del país después de la caída del presidente Hosni Mubarak en febrero pasado. En los medios de comunicación se habla de 3 muertos, hay quienes informan hasta treinta. Ante esto sucesos, ¿vale la pena?, ¿qué es lo que “le sigue”?

#globalchange, #worldrevolution?

De acuerdo con Francisco Campos, investigador de la Universidad de Santiago de Compostela, “una de las principales características de la llamada “red social” son: concepto de comunidad, a través de la creación de redes de usuarios que interactúan, dialogan y aportan comunicación y conocimiento; tecnología flexible y ancho de banda necesario para el intercambio de información”. Las reflexiones en los distintos espacios públicos virtuales comenzaron a encontrar un argumento común: el poder, el dinero, la realización, la política, el desarrollo… En manos de unos cuantos.

La plaza pública es ese espacio para canalizar las inconformidades. En su descripción se lee: “Es un movimiento ciudadano apartidista que busca unir la indignación presente en la sociedad frente a los abusos del sistema político y económico que tiene secuestrada a nuestra sociedad para generar una transformación a través de mecanismos no-violentos”.

Nora Rabotnikof, investigadora de la UNAM, citada en el libro ¿Qué tan público es el espacio público, menciona que “el espacio público se concibe, como lugar de gestación de una comunidad basada en el reconocimiento mutuo, emergente de la aparición visible y manifiesta de los ciudadanos, en principio accesible a todos (…) Sería así lugar de expresión de la sociedad civil pura, de sus aspiraciones, valores y propuestas; lugar de automediación de la sociedad civil con un Estado entendido como núcleo regulador en el que las distintas alternativas generadas en la sociedad puedan tener expresión”.

La movilización no es algo tampoco fortuito ni producto de la labor mediática de las redes. Warren E. Buffet en su artículo del New York Times nombrado Dejen de mimar a los ricos, escribió que “las comunidades humanas son algo más que agregados azarosos de individuos, más que selvas donde el más fuerte resulta el triunfador, más que espacios donde se intercambian mercancías. O por lo menos deberían ser algo más que eso. Porque dejadas a la ley del más poderoso, a la supuesta autorregulación de los mercados, a la inercia de las relaciones sociales, lo que aparecen son sociedades contrahechas, polarizadas, escindidas”. Tarde o temprano tendría que llegar, las redes sociales sólo fueron el eco de un hartazgo que ocuparía ese espacio público del que explora Nuria Cunill.

Sin embargo, para que tenga efecto  y realmente se le considere un desplazamiento o descentralización del poder de unos cuantos para quienes padecen esa polaridad de la vida económica y social, se tiene que traducir en acciones específicas para que sea factible o posible. Sin que eso implique deslindarse de una indignación válida. Más allá de eso, que esas acciones sean incluyentes para hacer que otros y otras participen o se movilicen. Intervenir en la vida pública desde los espacios físicos aprovechando las oportunidades que se generan para la organización en la virtualidad, sin depender totalmente de ellas.

Debemos tomar en cuenta que esos microgrupos deberán encontrar uno o varios proyectos comunes en los cuales canalizar las ideas. Implica una reflexión profunda sobre cuáles son los objetivos, el futuro, la vida social que queremos para nosotros y para compartir con los otros. Contar con eso podría hacer que el movimiento de cambio global tenga no sólo eco sino voz propia para incidir en esa transformación de la dinámica económica que permita apostar a nuevos futuros.

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