Aprender a leer a otra América Latina

Indira Kempis

Dedicado a Susana Teresita Crelis Secco

El silencio no es sólo la ausencia del lenguaje, sino la ausencia de tí

… Quiero comenzar con su última página escrita, la del cáncer que le robó el brillo de sus ojos verdes y su acento uruguayo, pero nunca sus ganas de cambiar al mundo. Ella sabía bien que las letras eran como nacer y morir en cada punto y aparte. Por eso las posibilidades infinitas de encontrar una historia que dejara la puerta abierta a lo posible. No puedo negar que duele teclear su nombre, pero.. “es parte de vivir chiquitina”, eso diría mientras se le escapa el humo de un cigarro.

Sin ella no concibo el mundo universitario detrás de los libros que me enseñaron a leer a otra América Latina. Las narrativas que toman forma en países tan desfigurados como los nuestros. Donde no sabemos si somos parte de un cuento bien contado o si el realismo mágico de Gabriel García Márquez no es más que el retrato de tantos pueblos bananeros. Romper con los “héroes que nos dieron patria” de la mano de Ibargüengoitia, meternos a las redes de poder en los ojos de Mario Vargas Llosa e ir de paseo entre las anécdotas de Fernando Vallejo.

Susana entendía que no podía apegarse a una metodología rígida que nos hiciera profundizar en los autores, sus contextos socio históricos, la vida misma, su relación con nosotros, darnos el tiempo para pensar. Así que solía hacer su propia lista de libros. Que no faltara Pablo Neruda ni Inés Arredondo ni Elena Garro. “Andá y hacer un círculo”, decía en cada primera clase. Preguntas y más preguntas, comentarios sarcásticos revestidos de una sensibilidad dirigida a quienes creían que vivían en el  “país de las maravillas”.

Sus enojos principales eran por dos cosas: La pésima ortografía –no por ser incorrecta, sino por estar en la universidad y no haber aprendido lo suficiente-. Lo segundo que la hacía explotar era la carencia de análisis y crítica hacia la sociedad ausente de las decisiones públicas, los gobiernos corruptos y todo lo que tuviera la más mínima señal de autoritarismo. Solía conversar sobre el arribo de los militares al poder en Uruguay. De la huida a otro continente de la mano de su esposo, Edison. Del refugio que encontró en México. Tal vez de ahí su excedida insistencia a “romper la burbuja” de quienes en el Tec de Monterrey tenían lo suficiente para encararse a la búsqueda de su propia libertad y de la justicia tan necesitada en nuestros países.

De su querida Uruguay conservó el acento y las muecas de inconformidad cuando le preguntaban si era argentina. De ese pedazo de país no se apartó nunca. A menudo recordaba episodios que con sus habilidades de gran conversadora se hacían presentes como si fuera ese momento. La defensa de sus amigos y familiares. La defensa de quienes padecían la represión. La defensa de las voces únicas en un campo minado por la impunidad. La defensa de los derechos humanos por quienes saben de los  tiempos de dictaduras imperfectas y la perfecta mexicana.

Susana amaba a nuestro país. Es el país de sus dos hijas: Laura y Eva. Tierra de sus nietos. Espacio para la música de su amado pianista con quien recorrió los caminos de Rumania teniendo escasos 20 años. Se nacionalizó mexicana. México le parecía un país con oportunidades en sus jóvenes. La misma cantaleta en cada clase, en cada mirada, en cada sorbo de café…  Si el país está muy mal, si no tiene esto, si ya nos vieron la cara otra vez, si no hay rebeldía que alcance. Parecía quejarse demasiado, pero era su propio experimento para que algo saliera de esas mentes despiertas universitarias, que ella tuviera la fortuna de escuchar una buena idea para impulsarla, de sentir que alguien encuentra su propia historia  las verdades, de ver cómo las pupilas saltan por la indignación y rompen en respuestas que parecen resolver nuestros problemas.

Esas eran nuestras conversaciones. Encontré en ella la mejor amistad de mi paso por el Tec, ¿cómo reunir el coraje de un continente para crear otras condiciones de vida?, ¿cómo juntar al norte con el sur?, ¿cómo ir en la búsqueda de quienes quieren una América Latina cuyas noticias en los periódicos sepan menos a muerte? Porque todos los autores de su lista de libros coincidían en exhibir las atrocidades cometidas a una población que ignora hasta la percepción de su realidad.

Recuerdo habernos detenido por días en la lectura de no más de tres páginas, no sólo porque la mayoría de mis compañeros no leía, confieso que a veces yo tampoco, (aunque Susana se encargaba de que tarde o temprano lo hiciéramos), sino porque mantenía su esperanza firme en que en algún momento recordarían esos pasajes a fuerza de repasarlos. Recuerdo las sesiones de “Los Pasos de López” en donde entendimos que la historia de Miguel Hidalgo y Costilla era tres veces menos romántica que como lo adornaba la historia oficial. Nuestra independencia es una farsa.

Con las arrugas en las manos, el cabello blanco grisáceo por las canas, enfundada en sus vestidos primaverales, Susana derrocaba una y otra vez en cada semestre a la dictadura. Hacía movilizaciones de conciencias, gritaba todo su enojo, nos hacía enfadarnos con ella. Tendríamos que aprender de la República Dominicana bajo el régimen de Rafael Leónidas Trujillo en la pluma de Vargas Llosa. Los efectos sociales, políticos y económicos del negocio del poder que genera el vacío de la sumisión encerrada en una jerarquía impuesta. Las atrocidades que deben ser denunciadas por la ficción, aunque ésta rebase la imaginación misma. Susana no paraba de hacer que contrastáramos entre las circunstancias dominicanas y las colombianas, las venezolanas y las nuestras…. Tanta gente en el exilio, otra más ahí adentro, engulléndose entre la perversión de sociedades que engendran años en donde ningún día es distinto porque todos se emanan de la concentración del poder en manos de unos mismos cuantos.

Cortázar era el de la voz suave y pausada con sus delirios por las calles de París y Buenos Aires. Entre esas hojas de Rayuela encontrabas a la sensualidad, la pasión el amor de las bocas que tienen propósito… “Detrás de toda acción hay una protesta, porque todo hacer significa salir de para llegar a, o mover algo para que esté aquí y no allá… , es decir que en todo acto está la admisión de una carencia, de algo no hecho todavía y que es posible hacer, la protesta tácita frente a la continua evidencia de la falta, de la merma, de la parvedad del presente”. Protesta de no quedarse quieto. Rebeldía de amantes. Reto de futuros.

Pedro Páramo y Cien Años de Soledad marcarían nuestro realismo mágico. La cotidianidad como salida de una fantasía, pero que no deja de ser común. Susana afirmaba que no se podía interpretar a los autores, pero cuánto bien nos hacía cuestionarlos para abrir nuestras propias mentes. Todavía conservo el mapa de personajes de la obra maestra de García Márquez, cada vez que lo repasaba me quedara claro que nuestros pueblos están pintados a mano por quienes sin pretenderlo hicieron una autocrítica de lo que tendría que ser sacado de un lote de imaginación confundido entre la realidad que realmente es, valga el pleonasmo.

Una lectura llevaba a otras. Las noticias de los periódicos, por ejemplo. A veces cargaba con ellos, subrayando su hipocresía, sus mentiras, o una que otra verdad entredicha. Ella me enseñó a leer las líneas editoriales, confiaba que mi capacidad de análisis daría para ir al Colegio de México y estudiar Lingüística. Era su sueño, que pudiera salir a descubrir con los lenguajes de otros a los paisajes de un mundo que no entendía.

No le cumplí su sueño. Ni ese ni el de casarme con Juan. Pero… Me aferré a su voz ronca para unirla en oposición y resistencia. Ahí donde el lenguaje se usa como arma para defender a las minorías, a los vulnerables, a la vida. Como bien, lo escribió el escritor y profesor José Luis Espíndola, su mejor amigo: “Me decía que poco puede hacerse para cambiar al mundo pero tenía una fe irresistible de que los jóvenes podían cambiar y cambiar al mundo. Nunca se instaló en lo políticamente correcto, ni en esa cobardía disfrazada de prudencia, menos aún en la comodidad del silencio cuando había que decir una verdad. Créanme allí tenemos todos mucho que aprender”.

Susana hizo de su vida un libro con capítulos dignos de ser contados. Era tan libre, que sus alumnos, al menos los que pudimos romper la barrera de “dura” como parecía su personalidad, nos sentíamos profundamente cómodos… Como escuchan y observan los buenos escritores, ella lo hacía con nosotros. Se preocupaba por nuestras inquietudes. Drogas, alcohol, sexo, amor, rencor. Todo el drama, la tragicomedia, la novela de quienes la llenamos de juventud en su mejor oficio: el de dar clases.

“El mundo es caca”, dijo una vez su nieto a una edad en donde apenas se puede hablar. Ella, tan irreverente y tan a favor del uso correcto de las palabras, llegó feliz a contar la anécdota. No era una sonrisa, era una carcajada estruendosa. Sabía que si nosotros sabemos la mierda que pisamos, entonces, con los ojos bien abiertos, podremos caminar entre ella. Porque en esta América Latina tan golpeada por el interés de esa élite que no necesariamente está en la política partidista, sino también en las empresas, en el crimen organizado, necesita de que estemos atentos, despiertos, moviéndonos.

José Luis narra los últimos momentos al lado de su mejor amiga: “Hasta en su enfermedad dio ejemplo de una fortaleza impresionante; amaba la vida, pero ni yo ni su familia le vimos derramar una sola lágrima por su muerte que ella sabía inminente. Le ví llorar por otras cosas: su familia, el problema escabroso de algún chico, alguna desazón, pero no por ella ¿O nos quiso hacer la vida menos pesada dándose fuerzas e imbuyéndonos de su serenidad?”. Le respondo a José en este artículo que es un homenaje para quienes como ella han encontrado en la literatura una causa de su rebeldía contra un mundo que debería ser más amable para todos: Porque si Susana estuviera nos querría fuertes, alegres, con infinitas ganas de cambiar y mover al mundo. Porque si algo nos enseñó fue a creer en que eso es posible.

 

 

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