Rodrigo Soto
Aunque el recuerdo no es tan claro y vívido como quisiera, al hacer un pequeño esfuerzo, me puedo trasladar a la época que viví con mi bisabuela Ena, mi bisabuelo Félix, mi abuela Ena, mi abuelo Abraham, mi tía abuela Elodia (Yoyi de cariño) y mi tío abuelo Félix.
Durante ese tiempo, que va desde mis cero años, hasta los cinco; tuve la vital influencia de esa parte de mi familia, quienes me formaron con ciertos principios y valores para poder desenvolverme en mi vida posterior y convertirme en el ser humano que soy, para bien o para mal.
Si bien es cierto que tuve mucho cariño familiar, siendo clave para mi buen desarrollo y empatía social, recuerdo con agudeza esa época como mi primer encuentro con los libros, gracias a mi abuelo Abraham, quien siempre tenía la sana costumbre de llevarme un ejemplar los fines de semana. Ahí fue que conocí a Tom Sawyer, Huckleberry Finn, Moby Dick, La Isla del Tesoro, Robinson Crusoe, Los Tres Mosqueteros, Lazarillo de Tormes, Don Quijote ilustrado, entre muchos otros.
Fue en ese tiempo, aprovechando mi plasticidad cerebral, donde tuve mi primer punto de inflexión hacia el conocimiento y la oportunidad de acercarme a la literatura y conocer el placer que se obtiene por medio de un libro, pero no solamente por el olor embriagante a nuevo, sino por la estimulación de mi imaginación cada vez que leía y me transportaba a la escena formada en mi joven mente.
El describir, brevemente la escena anterior, es solamente para ejemplificar la plática que en cierta ocasión tuve con mi tía Nancy, quien decía haber estudiado lo investigado por ciertos científicos en cuanto a que la mejor estrategia para acercar a un niño a leer, era precisamente crear un ambiente lleno de libros y simplemente el pequeño ser humano en desarrollo, motivado por su gran capacidad de asombro y necesidad de absorber todo a su alrededor, iba a ser seducido por la lectura como el mejor medio para despertar la creatividad e imaginación en ese juvenil cerebro con gran necesidad de bits y bytes.
En este tenor recuerdo lo dicho por Nancy C. Andreasen cuando ejemplifica como el cerebro humano, al ser un recién nacido, tiene más conexiones sinápticas que un adulto: el doble en promedio. Derivado de esto, resulta neurálgico, aprovechar lo novedoso que resulta el conocimiento, para ese ser humano que inicia su camino evolutivo y embeberlo en la lectura, con el fin de satisfacer su ansia de saber, particularmente en ese años mozos.
El segundo punto de inflexión vino, cuando ya vivía en casa de mis padres, pues tanto mi Madre, pero especialmente mi Padre, me acercaron de nuevo a la lectura. Aquí recuerdo haber leído la Metamorfosis de Kafka, Aura de Carlos Fuentes, La Ilíada y La Odisea, Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, Pedro Páramo de Juan Rulfo, entre otros diversos títulos, pero siempre con la advertencia de mi Padre, quien nos prestaba los libros, pero única y exclusivamente si los leíamos en la casa, pues tenía miedo que los perdiéramos saliendo de la misma. Es decir, mi querido Padre, vive realmente el dicho en relación a que: “existen dos clases de imbéciles en el mundo: los que prestan libros y los que los devuelven”. En este punto cabe apuntar otra de las curiosas características de mi Padre en relación a sus libros, pues él puede encontrarse un gran libro, en cuanto a contenido, pero si éste no cuenta con pasta dura en su cubierta, pierde valor; a esto, la estrategia de mi señor Padre es sencilla, adquiere el ejemplar e inmediatamente lo lleva a empastar, para que así pueda aspirar a tener un lugar en el exclusivo librero de su casa.
Siguiendo con mi escrito, aquí también entra la parte científica de Andreasen, cuando habla sobre la etapa de máximo desarrollo neuronal, al alcanzar los 20 años en promedio, pues nuestro cerebro se queda únicamente con las conexiones que se hayan desplegado en particular, en el normal proceso evolutivo; es decir, nos quedamos con las circunvoluciones con las que vamos a trabajar en nuestra tasa de operación neuronal. Por ende lo trascendental de inculcar, en este crecimiento neuronal, el hábito de la lectura como mecanismo estimulante en los disparos sinápticos aunados a la delicia de una descarga de dopamina intelectual.
Un tercer punto de inflexión en mi corta vida literaria, fue curiosamente cuando estaba en la secundaria del colegio “Las Hayas”, compartiendo clases con mis queridos amigos de por vida, Amadeo Flores, Mario De La Medina, Rosendo Gómez, Antonio Limón, Demetrio Esquivel, Jorge Ladrón de Guevara, entre muchos otros; teniendo clase de lectura y redacción con la maestra Rocío Ríos Rojas, quien dentro de ese ciclo escolar nos encargo leer El Perfume de Patrick Süskind, libro que me causó gran revuelo por la clara y precisa descripción de los hechos, logrando activar mis sentidos e introducirme gratamente dentro de la época y situación que estaba viviendo el personaje principal Jean Baptiste Grenouille. Pero la clave de mi recuerdo no es solamente de la obra, siendo estupenda sin lugar a dudas, sino del ensayo posterior a la misma, encargado también por Ríos Rojas, en donde me centré en analizar al protagonista de esa novela. Pocas veces recuerdo estar tan acelerado y motivado por alguna tarea, pero un sobresalto superior vino después, al recibir las calificaciones de la maestra Rocío, pues había obtenido un 10, es decir cero errores. Ahí comprendí, un poco, sobre mi capacidad para analizar lo que leo y tratar de expresarlo en términos mundanos y complejos, según sea el crítico o público a leerme.
Posteriormente interioricé en textos más profundos, como es el caso de El Lobo Estepario de Hermann Hesse y El Extranjero de Albert Camus, textos que marcaron mi forma de percibir el mundo literario, así como la búsqueda de mi identidad en ese existencialismo al que todos estamos expuestos, pero pocos sabemos aceptar y reconocerlo como una lucha entrópica normal en todo individuo que se estremece entre su razón y su emoción, para así realmente disfrutarlo, sacándole provecho a lo seductor que puede representar la falta de integración a la sociedad actual.
Gracias a la literatura y mi profunda etapa existencialista, que a veces parece no querer abandonar mi mente, me siento como cuando Meursault no encontraba motivación alguna en su vida. Todo le parecía monótono, absurdo y sin sentido. Después de meditar largo tiempo, dedujo que su trivial existencia no estaba ligada a otros seres humanos, y tal vez por eso no sentía empatía hacia ellos ni experimentaba los mismos placeres que a cualquier humano exaltarían y transportarían al mundo de las risas o de las lágrimas.
La madre de Meursault había muerto y éste no cambió su semblante con la noticia, ni tampoco sintió dolor asfixiante cuando estaba en el funeral, ni sintió el vacío que deja un ser querido con su partida.
No, para Meursault, las sensaciones que experimentamos son simples y pueden ser explicadas por medio de las experiencias sensoriales que se nos presentan. Cuando meditaba esto, entró en la habitación su amigo, si se puede llamar así, Raymond, con una herida de cuchillo, debida a un enfrentamiento en la playa con un árabe y su compañero.
Al saber esto, Meursault tomó la pistola de Raymond, para que no fuera a cometer una locura, y salió a caminar. Mientras deambulaba, encontró por casualidad al árabe que había agredido a Raymond. Le disparó una vez, y lo mató. Posteriormente le dio otros cuatro balazos al cuerpo sin vida que yacía en el suelo.
En el libro El Extranjero, de Albert Camus, Premio Nobel de literatura en 1957, se introduce el concepto de existencialismo y falta de integración social del ser humano, lo que se refleja en sus emociones, acciones, responsabilidades y pensamientos.
La enciclopedia Wikipedia nos ofrece un análisis de la obra de Camus, y dice que “Meursault personifica la carencia de valores del hombre, degradado por el absurdo de su propio destino. Ni el matrimonio, ni la amistad, ni la superación personal, ni la muerte de una madre… nada tenía suficiente importancia, ya que la angustia existencial de este antihéroe inundaba todo su ser”.
También deambulo como un “lobo estepario” haciendo referencia a la obra de Hermann Hesse, con el mismo título, pues surge dentro mí el conflicto, igual que le sucedió a Harry Haller, en donde se mezclan las sensaciones de soledad, como un lobo, mientras que por otro lado quisiera relacionarme sin problema con la sociedad, para hacerme uno de ellos, de esos que vagan por la vida solamente con la preocupación del dinero y de subir de escalafón social, sin embargo no puedo y me domina la locura de mi mente, en donde no distingo lo real de lo irreal. Pero sí comprendo lo que me hace sentir vacío y lo que me hace sentir lleno y es precisamente en ser definido como inculto que quiere saber y no como un analfabeta funcional rico que presume que tiene poder y dinero.
En ocasiones, como dice mi Madre, uno se tiene que acomodar el mundo para que éste tenga sentido, de lo contrario podemos caer en la locura y nuestras acciones nos puede hacer merecedores del ostracismo o la ignominia.
Pero al último quisiera poder transformarme en un Siddhartha, igual como se describe en el libro, del mismo título, escrito también por Hermann Hesse, donde pueda aprender y centrar mi sabiduría en tres ejes, que son: pensar, esperar y ayunar. Sin embargo antes de poder dominar esa forma de pensamiento, requerimos saber lo que es lo bueno, lo justo, así como la sabiduría simbiótica con la vida, pero para ello se requiere conocer y caer en lo malo, lo injusto, en la banalidad y frivolidad de la vida; sin pasar por la tesis y la antítesis, nuestras definiciones y sobre todo concepciones de la vida estarán sesgadas, como sucede cuando solamente vemos una cara de la moneda.
Al final puedo decir que la literatura me ayudó a acercarme a mi lado inexperto de la escritura, para poder intentar expresar mi propio encuentro con la naturaleza y todo lo que esto conlleva. Además de compartir lo que mi último asesor literario, mi hermano, ha dicho en relación a este arte de las letras, en donde inexorablemente al escribir, dentro de la lucha de mi razón y emoción, me doy cuenta que la inspiración solamente aparece cuando existe una dosis de tristeza en mi mente, claro debe ser la cantidad adecuada para sacar lo mejor de mí y no llevarme al camino de la depresión y ansiedad, variables que acaban con la creatividad del escritor y solamente lo acercan al final de sus días, aunque no estén correlacionados con el final de vida física, pero al llegar ahí, uno se pregunta ¿si quiere seguir viviendo? Sin inspiración, sin motivación, sin sensación, sin cordura, sin locura, sin emoción, sin problemas, sin aciertos, sin errores; definitivamente no, porque de eso se trata la vida, de equivocarse e iterar para buscar el momento eureka y gracias a la literatura, y en mi caso también a la escritura, encuentro esos momentos de equivocación, itero y trato de salir en busca de mi triunfo, esperando tener paciencia, pensando y en algunas ocasiones ayunando, tal vez tratando de ser parte de la sociedad, aunque sea de forma virtual y huyendo de mi personalidad de lobo estepario.