Indira Kempis
No he vivido en otro tiempo, pero considero por la experiencia que en ningún otro los jóvenes tuvimos más de una opción para elegir, no sólo en los aspectos profesionales, también en nuestro consumo o incluso en las preferencias sexuales. Muchos factores han influído para que hayamos llegado a este punto del proceso social en donde tenemos una mayor libertad que la que tuvieron nuestros padres o abuelos para determinar algunas decisiones que consideramos trascendentales en nuestra vida. Es curioso, cuando se sugirió el tema para esta publicación, no me sentí atraída. Saco a colación esto justo por lo que acabo de escribir: cuestiones que son trascendentales en nuestras vidas. Si son trascendentales, entonces, ¿por qué a mí no me hizo sentido?
Quise comenzar por investigar cuántas religiones existen en el mundo, cuántas en México, de éstas cuáles son las que tienen mayor número de practicantes, las de menor, las más populares, las que se han metido en problemas mediáticos, los imaginarios colectivos… Socialmente, hay mucho que hablar de las religiones en el mundo. Sin embargo, me llamó la atención observar esa falta de ansiedad por descubrirlo, tanta que la primera pregunta que encontré fue tan clara como sencilla: ¿Cuál es mi definición de religión? La religión es distinta de la fe. La fe, que es una expectativa segura de las cosas que se esperan, mueve a los creyentes a actuar conforme a sus normas, costumbres, tradiciones, que constituye a la religión. Desde esta visión, la fe tiene un carácter individual y la religión social. La religión, entonces, sería un conjunto de fe. A ese conjunto, se le otorga un nombre visible y se va creando un lenguaje simbólico que permita sociabilizar conceptos más profundos como dios o dioses, la vida, la muerte, el perdón, entre otros temas.
Con resistencia y sin intentar consultar otras definiciones, resolví el primer cuestionamiento. El segundo e inmediato tiene que ver algo más que con las cifras que encuentro. Todos, sin ser científicos, entendemos que, por ejemplo, México es un país inminentemente católico. A donde vayas, encontrarás una iglesia, un santo colgado, un sacerdote reconocido o un ser humano que se persigna. Al menos, la religión que sustituyó a nuestras antiguas religiones hace poco más de 500 años, después de la conquista espiritual, creó un lenguaje, mezcla de las cosmovisiones de ambos mundos, propio, que se convirtió en parte de nuestra identidad nacional años tarde y que nos ha formado el gen cultural en el paso del tiempo. Lo mismo ha sucedido en otros países del mundo, si vamos a uno prredominantemente budista, encontraremos monjes caminando por las calles, a Buda en pequeñas o grandes esculturas y sus respectivos templos. Así que, de alguna u otra forma, se ha construido una identidad grupal que pervive en esa dinámica social.
Sin embargo, ya nada es como antes… Si en algún momento de la línea histórica del tiempo pensamos que de una religión dependería nuestro sistema de creencias, nos equivocamos. Significado importante es saber que si hay tres religiones en el mundo que son las de mayores adeptos, son, precisamente, las de los países con mayor población, las que representan los mundos opuestos: oriente y occidente, las que representaron en algún momento las grandes conquistas imperiales. Lo que tampoco es fortuito es que con los cambios que hemos experimentado como sociedades, se hayan roto las fronteras en este tema.
Regreso a mi pregunta, ¿la religión tiene sentido para mí? No y lo expongo con franqueza porque en el tránsito de buscar mayor información encontré que no soy la única persona que piensa que, si bien es indispensable estudiar a la religiones por todo lo que representan para nuestras sociedades, también lo es que el concepto comienza a ser desfasado y que para esta generación la espiritualidad ha sustuido al concepto. Sin pretender que no sea un tema de importancia, es necesario hacer una radiografía que nos permita comprender por qué su significado ha dejado de ser tan relevante para algunos jóvenes, como para otros lo es tanto que comienzan a temprana edad a realizar sus propias búsquedas para determinar por sí solos cuál es la religión que desean practicar. De ahí que usted conozca más de una familia que esté en la situación donde ya no todos sus integrantes practican la misma religión.
El primer factor por lo que la religión agudiza como concepto social es por el desencanto. Hemos visto “el síndrome del desencanto” por todos lados. Los jóvenes menores de 30 años somos esa generación que ha vivido tantas crisis que no reconoce otro modus vivendi. Nos mandaron a la escuela (a algunos) para tener trabajo. No tenemos. Nos dijeron que seguir el modelo de familia papá, mamá e hijos sería parte de la fortaleza al núcleo de las sociedades para ser mejores. No lo somos, de hecho, en México se ha incrementado la tasa de divorcios en los últimos 25 años. El año pasado, el Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social, informaba que 20 de cada 100 parejas firman el acta de divorcio antes del primer año de casados. Y, para variar, también nos prometieron que todos esos derechos por los que se derramó sangre en revoluciones serían respetados. Hoy, México, ocupa uno de los primeros lugares a nivel mundial en asesinatos y violaciones a los derechos humanos, de hecho para este tiempo tenemos condicionada hasta la partida presupuestal de nuestro vecino país del norte por no atender estos casos. Para acabar este párrafo pronto: Somos la generación del desencanto.
En esa premisa encontramos que la religión, ante el descubrimiento y testigos de casos fuertes, ha comenzado a agonizar debido al comportamiento de algunos de sus miembros. Se han fincado responsabilidades sobre casos de abuso sexual a mujeres y niños, extorsión, corrupción, colución con el crimen organizado, suicidios colectivos, entre otras cosas. Nosotros crecimos escuchando o leyendo sobre estos casos. Con el beneficio de la duda o con todas las interrogantes que se puedan generar, aprendimos que las religiones no son intocables, que dentro de ellas existe impunidad y que, de alguna u otra manera, la apertura ha permitido cuestionarlas.
Toda esta información no la sabríamos de no ser por el segundo factor: la globalización y las nuevas tecnologías de comunicación. Después del proteccionismo económico de los años 80, una vez abiertas las fronteras y ante la crisis del petróleo, la migración entre las ciudades y del campo a la ciudad ha desatado un fenómeno social imposible e inplensable detener hasta este tiempo. Se proyecta que para el 2025 más del 70 por ciento de la población viviremos en las ciudades y además no precisamente en las que son cercanas a nuestro origen geográfico. Por tanto, esto nos puede explicar la facilidad que ha permitido las fronteras que con la globalización y esas nuevas tecnologías se vuelve cada vez más prenetrables. De tal forma, que con relativa sencillez se pueden conocer otras formas no sólo formas de ver a las religiones, sino adoptar nuevas creencias e implementarlas en los lugares destino. Por eso no debe sorprendernos que en los últimos 20 años existan en nuestro país más practicantes de iglesias protestantes, después de todos los migrantes mexicanos que residen en Estados Unidos, como tampoco las de los últimos 5 años, a partir de la expansión del “Tigre Asiático” con las religiones orientales.
En esa interacción, conforme más se avanza en la industria de la comunicación, más se puede hacer la evangelización de nuevos conceptos, algunos que son cercanos a las grandes religiones como el budismo, el cristianismo o el hinduismo y otras que ya no se denominan religiones en sí mismas sino que generan corrientes con conceptos integrales, incluyentes y no orgánicos (es decir, sin estructuras o jerarquía definidas) para poder aglutinar a las personas afines que comulgan con este tipo de concepciones o visiones del mundo de lo intangible.
El tercer factor lo relaciono con la sociedad líquida de la que profundiza Zigmun Bauman en su libro Tiempos Líquidos, en el cual nos explica estas sociedades posmodernas han cambiado su definición sobre sí mismas a partir de las transformaciones descritas en los dos factores anteriores. Seres humanos que se deshacen de sus relaciones humanas para establecer conexiones, que se conciben así mismos como una red, que les es difícil comprometerse. La metáfora misma de lo que significa el estado físico del agua: un cubo sólido que ante esas y otras variables, dejan de ser permanentes, estables, inmutables para trasladarse a sus antónimos. No significa que esto sea peor o mejor que lo anterior, sin embargo, este autor coincide con el sociólogo Alain Touraine cuando describen a una sociedad donde las estructuras, las instituciones o lo que conocimos como el status quo comienza, ante la falta de respuestas o resultados inconclusos, a cuestionarse.
Las religiones son parte de esas estructuras que agonizan. Algunas han tenido que reinventarse o verse en la crítica situación de desaparecer. Otras, muchas más, han podido establecerse bajo los conceptos e imaginarios de los habitantes. Otras han sido cuestionadas severamente por los casos que hemos citado, pero tampoco podemos hablar del fin de las religiones cuando siguen siendo parte de esos ejes estructurales que han dominado sobre la costumbre, la cultura o la idiosincrasia. Tan el lenguaje simbólico ha dejado de ser el mismo que son las mismas religiones las que ahora utilizan el desencanto, la globalización y nuevas tecnologías, como esta sociedad de características “lìquidas”, como las maneras de ganar adeptos o recuperarlos. Tan sólo echemos un vistazo a las redes sociales para ver que cada día más miembros de estas iglesias predican desde ahí o incluso tienen sus propios canales de televisión. Es esta dicotomía lo que ha generado incluso debates dentro de las mismas religiones sobre si es o no la manera de convencer a los demás de sus creencias.
De ahí, el punto por dónde comenzamos este artículo. Es indudable que al enumerar todas las religiones que conozcamos caeremos en la cuenta que son más de las que habían hace treinta años. Pero al volverme a preguntar por qué en mi agenda personal no existe ese significado vital o trascendental que para otros representa, encontré por las respuestas de otros amigos de estas generaciones que estamos justo en esa parte del proceso en donde vamos definiendo ante un contexto diferente en la historia de la humanidad cuál es el papel de las religiones tanto en nuestras vidas personales como en la colectividad.
Si bien es cierto que hay posturas sobre la separación de las religiones del Estado, al ser éste laico según las leyes mexicanas, también lo es que el tener la libertad de decidir si queremos o no tener religión y si la tenemos cómo vamos a vivir esos predicamentos, es un derecho al que todos los ciudadanos debemos acceder en un país que se dice democrático. Los jóvenes participamos en las dinámicas sociales que van marcando las pautas del contexto social para otorgarle a las religiones ese renovado papel que necesitamos. Somos esta generación que reflexionando en todo lo escrito puede determinar el rumbo de las religiones, tanto practicantes como creyentes. Al gestarse estas nuevas formas nos hacemos susceptibles a comprometernos al respeto a las diversas, cada vez más diversas, maneras en las que los seres humanos han coincidido que pueden establecer una relación con su fe, su espiritualidad y sus dioses.