Entre el dogma y el cuestionamiento…

Rodrigo Soto

Todavía recuerdo mi primer encuentro con la religión, en este caso la católica, caminando, por la calle de Jiménez del Campillo, muy temprano en domingo por las calles de Coatepec, Veracruz, de la mano de mi tía abuela y bisabuela rumbo a la iglesia para asistir a misa de las 8:00 am.

Aunque no tengo totalmente frescos los sermones de esas reuniones, sí recuerdo que eran agradables , pues el sacerdote ponía mucho esfuerzo en crear un ambiente de interés hacia todos los jóvenes que íbamos acompañados de nuestros familiares. La verdad tengo que confesar que nunca me desviví por acudir a la misa, pero reconozco que el tiempo se me pasaba volando en ese lugar, contrario a aquellas situaciones de aburrimiento que todos experimentamos en donde pareciera que el tiempo relativo de Einstein se hace presente y parece que las manecillas del reloj no avanzan.

En esa época tenía alrededor de 5 años y vivía con mi tía abuela Elodia (que de cariño le decíamos Yoyi) y mi bisabuela Ena, además de las siempre agradables visitas de mi abuelo materno, el doctor Abraham y mi abuela materna Ena, de quien siempre recuerdo en una silla de ruedas, pero siempre con un ánimo muy agradable, cariñosa y sonriente, además de estar lista para jugar conmigo y tener esa disposición para darme tiempo y escuchar lo que tenía yo que decir acerca de mi vida. Claro sin olvidar a mi tío abuelo, Félix, también doctor y que siempre tenía rutinas muy curiosas de hacer ejercicio y cuidarse en su alimentación, evitando las adicciones del cigarro y del alcohol; pero sin lugar a dudas recuerdo la figura de mi bisabuelo Félix, quien siempre parecía preocuparle algo y del que siempre podía contar con su brazo protector para defenderme de cualquier travesura que hubiese hecho.

Siempre extrañé a mis padres, Male y Raúl, pues sería yo un alienígena de no hacerlo, pero tal vez con tantas figuras amorosas a mi lado, logré comprender que mis padres necesitaban terminar su especialidad médica, en neurocirugía y endocrinología respectivamente, en la ciudad de México. Nunca me faltó nada y el cariño que se me daba se acercaba a la figura de esos niños consentidos que aunque hagan algo mal, siempre se les protege de más y como dicen: “se les echa a perder”.

La rutina de esa vida era sencilla, para mi tía abuela Yoyi, lo importante era comerse todo lo que se ponía en el plato, bajo la excusa de que había muchos niños pobres que ya quisieran poder como así de bien y era cierto, ambas cosas, pero sobre todo el sazón de la comida, que fue la mejor que probé en lo que llevo de vida. Por otro lado para mi bisabuela Ena, lo mejor era compartir en familia, conversar y socializar con nosotros, así como con amigos y vecinos, pues el pilar de sociedad era la convivencia pacífica y armoniosa para lograr continuar como especie, eso y estar atenta a sus tejidos, pues siempre fue fanática de realizar colchas, manteles, chalecos, fundas, entre muchas otras cosas, con una pericia que me parecía fantástica. Mientras que para mi abuelo Abraham, era necesario que yo leyera y jugara, por ello cada fin de semana me llevaba un libro y un juguete, casi siempre de los luchadores que no se mueven, pero están en posición de ataque, como es el caso del santo o blue demon; de los libros que me regaló tengo en mi memoria el de Las aventuras de Tom Sayer, Moby Dick, La isla del tesoro, entre muchos otros. De mi abuela Ena, como comenté, trataba de acompañarme en mi mente, cuando en ocasiones practicamos algún baile de mi escuela, recitar algún poema o cantar alguna canción. Para mi bisabuelo Félix, la tarea necesaria era estar alerta del rancho y del café, porque según él mucho sol lo quemaba, mucho agua lo ahogaba y si estaba nublado no crecía adecuadamente, seguramente esas preocupaciones lo sedujeron a tener como fiel compañero al cigarro, situación que años posteriores lo llevaron a descansar en el sueño de los justos para no despertar en este mundo.

Sin embargo la regla general que no podía ser evitada era la de rezar, particularmente a la hora de acostarse. Fue así que aprendí el Padre Nuestro, el Ave María y el Ángel Santo. Mi rutina era entonces terminar mi cena, lavarme los dientes, ponerme la pijama e hincarme para profesar mis rezos, tratando siempre de que Dios tuviera un poco de tiempo para mí y me escuchara, siempre pidiendo por la salud y protección de toda mi familia y amigos. Bueno y sin olvidar la mencionada misa de los domingos, la de los niños, era también dogma.

No puedo negar que ese tiempo que viví con esa parte de mi familia, quedó muy grabado en mi persona y en mi personalidad, siendo pilar clave en la forma en que percibo el mundo y en que me alimento todavía para lograr sacar fuerzas de la nada y competir en esta selva de asfalto donde parece ser que el hombre es el lobo del hombre. Sobre todo al recordar a mi bisabuela Ena, partiendo de una perspectiva espiritual, decirme que “yo estaba protegido y que nada malo me podía suceder”.

Continuando con este relato, mis padres terminaron su especialidad y volvieron por mí, situación que creó un nuevo cambio en mi persona y una especie de ansiedad porque ahora iba a dejar toda una vida atrás de convivir con mis abuelos, tíos abuelos y bisabuelos a la que estaba muy acostumbrado, pero al final se dio de similar forma en que a un niño se le quita un juguete para ofrecerle otro, pero siempre bajo la premisa que volveríamos a esa maravillosa casa de Coatepec con el fin de convivir nuevamente todos como la gran familia que somos.

Ciertamente convivimos de nuevo, por muchos años, pero nunca fue igual, pues debemos aceptar que la palabra “vida” lleva consigo impresa la palabra “cambio”. Nuestra experiencia de vida, analizando todo nuestro entorno, nos hace cambiar constantemente. De ahí el profundo pensamiento de Heráclito de Efeso, filósofo griego, que nos dice: “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”. Era y no era el mismo, debido ahora a las nuevas influencias que mis padres y nuevos amigos habían ejercido en mí. Creo que el punto de inflexión puede encontrarse cuando mi Madre relata que en cierta ocasión le afirme: que la iglesia obligaba en Coatepec pero no en la ciudad de México.

Conservé la religión católica pero ciertamente hice algunas modificaciones, de acuerdo a mi criterio, con el fin de eliminar ciertos aspectos rígidos e impositivos siempre pensando en aquél ser omnipresente u ubicuo, que como padre amoroso no tiene que imponer castigos en relación a la cantidad de pecados veniales y mortales, así como eliminando las barreras de acercamiento hacia él, pues en ocasiones he escuchado sermones que dejan mucho que desear en su interpretación de la Biblia y por ende de los consejos prácticos que podemos aplicar en nuestra vida diaria. Justificaba lo anterior en miras a no tener que asistir obligatoriamente a escuchar misa, siempre expresando que mi amistad con el de arriba es tan estrecha que no requiero de intermediarios para platicar con él.

Derivado de lo anterior traté de borrar, en mi persona, el fanatismo ciego y no aceptar por hecho el dogma de fe, al permitir el diálogo moderado y racional que cualquier padre y madre tienen con su hijo y desde esa perspectiva creo que es lo justo, mientras no se tengan faltas de respeto. Sin embargo no podía, ni puedo, comprender que muchos individuos se enfrasquen, de forma fanática, en una batalla verbal temeraria, sin medir el riesgo que corren, tal vez de forma similar a lo que sucedió con César Borgia, hijo de Rodrigo Borgia (Papa Alejandro VI), cuando se lanzó solo al ataque en la batalla de Viana, perdiendo la vida, aunque claro está de forma bravía y sin miedo.

Tomando este punto en relación a la creencia ciega de Dios y aquellos que son más mesurados en su filiación religiosa, me gustaría abordarlo con el apoyo de información científica y para ello menciono el escrito en Scientific American Mind titulado: “Are we born religious?” cuyo autor es Vassilis Saroglou, y en donde se afirma correctamente que no todos son creyentes, así como también no todos mantienen su lealtad a un sistema de creencias, pues tan solo en la mitad de los norteamericanos adultos, han cambiado de religión al menos una vez durante su vida, muchos de ellos haciéndolo antes de los 24 años de edad. Esto refuerza mi idea de que muchas religiones deben evolucionar, eliminando su rigidez y abriendo paso a la diversidad y la creatividad para atraer a los jóvenes, en miras a que se conserven fieles cuando pase el tiempo, porque fueron comprendidos y no obligados, fueron incluidos y no excluidos, fueron escuchados y no sermoneados, fueron abrazados y no reprimidos, fueron iguales y no discriminados, entre muchas otras cosas.

Mucho se ha pensado que la religión se inculca en los primeros años de vida, como fue mi caso particular, y que esa es la diferencia entre un creyente, fanático o no, un ateo y un agnóstico. Sin embargo ahora diversos estudios señalan que ciertos tipos de personalidad están predispuestos a aterrizar en las diferentes formas en que se percibe o siente la religión, según Saraglou. Aunado a esto sabemos que los factores genéticos son responsables de más de la mitad, en la variedad de tipos de carácter que muestra cada uno de nosotros, tal vez entonces haciéndonos asiduos visitantes al templo religioso o ausentes en el mismo.

Según lo mencionado por Saraglou, en el 2010 se publicaron alrededor de 70 estudios con más de 21,000 participantes, en donde se encontró que los individuos religiosos se diferencian, de los que son poco religiosos y de los no creyentes, en dos dimensiones de la personalidad: responsabilidad y amabilidad. Tomados del modelo de los cinco grandes en psicología, que de acuerdo a Wikipedia son: factor O (Openness o apertura a nuevas experiencias), factor C (Conscientiousness o responsabilidad), factor E (Extraversión o extroversión), factor A (Agreeableness o amabilidad) y factor N (Neuroticism o inestabilidad emocional), los cinco forman el acrónimo mnemotécnico “OCEAN”.

Regresando a las investigaciones señaladas, los resultados arrojaron, en promedio, un 60% de los religiosos con los factores o modelos de personalidad de responsables y amables, contra un 40% de los no religiosos catalogados dentro de esas variables. Repitiéndose esta tendencia, según Saroglou, en hombres y mujeres, adultos y jóvenes de diferentes religiones. Desde esta perspectiva, la conclusión de Saroglou, es que la religión no hace a los individuos más amables y responsables, sino que estás características de personalidad son determinantes en el grado de religiosidad que un ser humano muestra.

Otro dato duro importante, que también nos ofrece Saroglou, es en relación al análisis hecho a las tendencias profesionales de interés de acuerdo a la Encuesta Social Europea, incluyendo a 25 países y más de 40,000 participantes, descubriendo que las personas religiosas tienen mayor oportunidad de terminar en actividades profesionales como educación, salud, servicios médicos y humanidades, mientras que los no creyentes son más propensos a trabajar como ingenieros, científicos y matemáticos.

Entrando en otro escrito para reforzar lo descrito en este, contamos con el de Sandra Upson titulado: “Healthy Skepticism” publicado en Scientific American MIND, donde se analizan los factores sociales y culturales de los religiosos o no para buscar responder a la pregunta de ¿quién está mejor los creyentes o los ateos?

Upson inicia su escrito comentando en relación a que es normal, dentro de ciertas sociedades, considerar a los no creyentes como inmorales, desconfiables, y en algunos casos, como sucede en nuestro país vecino de Estados Unidos, sin posibilidad de ser presidentes. Por otro lado se firma, de forma subjetiva, que los no creyentes son más propensos a la infelicidad y cuentan con problemas de salud, contrastando supuestamente con los creyentes quienes se afirma, también de forma subjetiva, que son más felices y saludables.

Sin embargo la misma investigadora Upson introduce cierto mecanismo de duda cuando nos pone a pensar que si esto fuera cierto, resulta curioso el gran número de personas que se encuentran inseguros de su fe o creencia, pues por ejemplo nos dice, que existen aproximadamente unos 500 a 700 millones de no creyentes en todo el mundo. Además de que dentro de los Estados Unidos, diferentes encuestas señalan que los no religiosos o creyentes han doblado su número en un 15% del total de la población.

A todo esto, el psiquiatra Harold Koening de la Universidad de Duke, nos dice que si bien es cierto que algunas encuestas colocan a los creyentes como más felices y saludables, para este investigador está claro que la religión no va a afectar la felicidad de una persona de forma sobrenatural. Sino que tiene que venir a través de aspectos psicológicos, sociológicos y biológicos. Aunado a todo esto, Sandra Upson, comenta que diversos estudios muestran que los efectos positivos en cuanto a la religión están fuertemente ligados al lugar donde la persona en cuestión vive.

En un estudio llevado a cabo por Lim y Robert D. Putnam de la Universidad de Harvard, en donde se contó con 3,000 norteamericanos con el fin de analizar el porqué la religión los hacía felices, se les preguntó entonces sobre su comportamiento religioso. Los resultados obtenidos señalaron que la felicidad de una persona religiosa no se encuentra en la cantidad de veces que pensaron, hablaron o sintieron la presencia de Dios, sino que sintieron mayor felicidad al acudir más veces al templo.

Ante estos resultados, tanto Lim como Robert, encontraron que un 28.2% de personas que asistieron a su congregación o templo se sintieron extremadamente satisfechas, comparadas con un 19.6% de individuos que nunca asistieron al servicio religioso. Tratando de comprender esa diferencia entre “bien” y “muy bien” en cuanto a la felicidad de cierto creyente y asistente a reuniones religiosas, los investigadores encontraron que los más felices eran aquellos que tenían un mayor número de amigos en su congregación religiosa y que creían que la religión era muy importante. Pues por otro lado las personas que van a los servicios religiosos de forma asidua, pero no cuenta con amigos en la misma, se encuentran más infelices que aquellos que nunca asisten al templo.

Aquí la importancia radica en la cantidad de amigos y compañeros con quienes se comparte algo y se traduce en felicidad. Es decir, tanto para creyentes o no creyentes la felicidad radica en encontrar personas afines a uno para compartir socialmente una actividad. Las conclusiones de Upson al respecto es que al encontrar comunidades y grupos que se alinean a nuestras creencias, pueden entonces incrementar nuestra satisfacción de la vida. Otra conclusión de la editora de Scientific American es que un pronóstico confiable de la religiosidad de una persona está determinado por la condición social en donde esta se desempeña y vive.

Esto último debido a que otros estudios, uno por parte del psicólogo Ed Diener de la Universidad de Illinois y otro elaborado por Gallup, señalan que las personas que dijeron que la religión era muy importante en sus vidas, dentro de los Estados Unidos, eran individuos que vivían en situaciones precarias y difíciles, por ejemplo el 44% de los habitantes de Vermont dijo que la religión era muy importante, contra un 88% de los de Mississippi. Trasladando esto al mundo, tenemos que por ejemplo solamente el 16% de los habitantes de Suecia dijo que la religión era muy importante en sus vidas, comparados con el 99% de los habitantes de Bangladesh, Egipto, Sri Lanka, y Somalia asintiendo de forma similar. Creo que sobra mencionar cuales países son más ricos que otros, lo mismo para el caso de Norteamérica.

Para ir cerrando el tema, quiero tomar uno de los últimos ejemplos de Sandra Upson, siendo el caso de Dinamarca y Suecia, quienes tienen la más baja asistencia a las iglesias en el mundo y cuando se les pregunta si creen en Dios, la gran mayoría dice que no, sin embargo curiosamente e increíblemente la mayoría de los daneses y suecos bautizan a sus hijos, se casan por la iglesia y pagan los impuestos correspondientes a la misma.

Desde mi humilde opinión y perspectiva me gustaría argumentar que la religión no debe ser vista expuesta e impuesta de forma rígida, sino que debe abrirse a la modernidad del mercado, sobre todo para no quedarse obsoleta ante la gran transformación de ideas y cuestionamientos que presentan los jóvenes en la actualidad. Además de que debemos aceptar a las demás religiones y no pensar que únicamente a través de una vamos a tener la salvación.

Pensando en voz alta, considero que por el hecho de no asistir a la iglesia, no soy peor que otro individuo que asiste todos los días o todos los domingos. Además conozco a muchas personas que se jactan de ser muy religiosos y asistir en demasía a la iglesia, pero pecan al por mayor. En este tenor es claro que cada quien puede profesar su creencia de la forma en que le plazca y en mi caso en particular, he considerado a ciertos promotores de la fe como faltos de experiencia en sus sermones, por lo que he decidido hablar con ese Dios de forma personal y directa y no a través de intermediarios sin sapiencia necesaria.

Sin embargo desde una perspectiva científica no estoy seguro de que existe Dios, ojalá que sí existiera pues la vida sería más fácil. Lo que sí creo es que existe una fuerza que gobierna y rige el cosmos, del que somos parte, manteniendo una lucha constante entre el caos y el orden. Somos en resumidas cuentas sistemas complejos que emergemos y perecemos, teniendo un breve espacio de existencia en el que en nuestro encuentro con la naturaleza reímos y sufrimos. Fuimos polvo de estrellas, como dijo Carl Sagan, y al final volveremos a serlo.

 

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